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Identidad y discurso en la edad de la migración internacional

Musulmanas en un aciudad

Podría argumentarse que vivimos en una época histórica, que nuestros descendientes llamarían “la edad de la identidad”. No sólo en el mundo occidental, sino también alrededor del mundo las sociedades debaten entre sí sobre lo que significa formar parte de ellos. Por ejemplo, el nacionalismo hindú asentado en India niega a la minoría musulmana localizada en el país cuya identidad pertenece a la India. Su justificación es que India es una nación hindú.

Esta realidad también se observa en países europeos como Polonia, donde el discurso nacional eleva la fe católica como el fundamento que sostiene la identidad polaca. Por esta razón, la parte gobernante del país antes mencionado rechaza a los refugiados que ejercen la fe musulmana pese al hecho de que el pontífice romano, principal de la iglesia católica, a quien supuestamente hacen reverencia los polacos cristianos, haya viajado por el mundo antiguo exhortando a su rebaño a recibir a estos refugiados como un acto de misericordia cristiana.

A raíz de la masacre del 11 de septiembre, la religión se convirtió en el indicador principal de la identidad; no obstante, ¿de qué religión estamos hablando? Obviamente no se trata de la espiritualidad y caridad que se mencionó en el ejemplo sobre Polonia. Como sucede con la política, la religión adquiere su propia  interpretación en la fe o el sistema de creencias que se forman para hacer de la religión no sólo un instrumento de la clase gobernante, sino también un medio para que la clase gobernada encuentre su lugar en el mundo. En este caso, si lo desea, la religión funge como proveedora para un tercero (“Dios”) que evalúa y aprueba la sociedad humana.

Dicho mecanismo genera un sentimiento de pertenencia tanto para la clase gobernante como la gobernada. Para complementar lo antes mencionado, para poder organizar todo aquello que requiere ser ordenado en una comunidad mayor que la familia, se requiere orden, un orden que se establece mediante la fuerza. No obstante, esta fuerza debe ser legítima. Al justificar la existencia y estructurar la vida, la religión se convierte en la fuente humana por excelencia para justificar esta legitimidad. Todas las religiones tienen sus propias afirmaciones sobre la legitimidad que son exclusivas.

A partir del 11 de septiembre, la dimensión global de estas religiones políticas divergentes y sus afirmaciones sobre legitimidad se hicieron más evidentes, además, los conflictos internacionales han sido provocados por cuestiones de religión. En esta era de distinciones, el cristianismo e islamismo representan el principal antagonismo. Samuel Huntington, autor de “The Clash of Civilizations” Choque de las civilizaciones, describe de forma dramática los futuros encuentros entre las principales comunidades religiosas como una sociedad donde habrá derramamiento de sangre. Desde luego que Huntington, como el teórico político que es, no ve la religión como una fuerza espiritual, sino como la Weltanschauung o concepción del mundo político que adoptan.

La discrepancia que surge de las diferencias sobre esta Weltanschauungen, según Huntington, inevitablemente conduce a un conflicto armado. Si abordáramos el tema del conflicto de identidad con menor relevancia, podría observar que casi todos los países principales de Europa han dado pasos para definir su identidad y qué hace, por así decirlo, que los alemanes sean alemanes. En este sentido, la religión siempre ha sido un problema: el concepto de Leitkultur, cuyo significado en alemán es ‘la cultura que prevalece’, opera con la idea de que la cultura alemana - principalmente toda la arquitectura del Occidente- se basa en la herencia judeo- cristiana. Este esfuerzo no se debe a la  admiración por la cultura judía formada por ricos que una vez floreció en Alemania y en otras partes de Europa. A mi entendimiento, se trata de que la diáspora musulmana entienda que no son bienvenidos en el Occidente.

La religión política puede adoptar todas las formas de sistema de gobierno. Lo que el pueblo aclama afirma el sistema de gobierno, sin importar si el gobernante es un rey consagrado por el papa o un líder electo por democracia. El pueblo, tanto como el gobernante, desean saber que se encuentran en el lugar correcto y que ambos son legítimos como un cuerpo. Por lo tanto, el gobernante y el gobernado se convierten en algo sagrado que el destino ha favorecido.

Por ejemplo, esta idea sigue existiendo en Inglaterra, donde se ha sembrado el excepcionalismo durante muchos años. Esta ideología se plasma posteriormente en forma secular, civilreligiosa o casi religiosa. Su único objetivo es que el pueblo pueda asociarse con las partes de un todo, entendiendo los discursos a fin de lograr un sentido de pertenencia. El resultado de este objetivo es la lealtad a este sistema de gobierno o sistema político en el que se vive.

Por esta razón, los migrantes son considerados una amenaza, pues podrían desestabilizar el sistema al no poder leer el contenido de su inventario ni participar del estilo de vida que conoce la mayoría de la red pública. Los migrantes tampoco se someterían al control del sistema predominante debido a que los mecanismos de fuerza establecidos no podrían aplicarse a ellos. Según la extrema derecha europea y sus partidos populistas, el principal argumento contra los musulmanes es que la cultura musulmana no se adapta al esquema cristiano occidental. Esto se debe a la lealtad de los migrantes. La idea detrás de todos estos discursos sobre pertenencia es promover que un grupo propio (“nosotros”) se convierta en un monolito. Para crear esto, deberían ser otros (“ellos”) los que representen una amenaza para el bienestar de mi propio grupo. Actualmente, los musulmanes son “ellos” en muchas partes del mundo occidental.

No es fácil llenar nuestra cabeza con la idea de que, tanto el sistema de gobierno como los gobernados, adoptan ampliamente el concepto de “nosotros” versus “ellos”. En nuestros días es posible que estemos frente a un periodo de migración similar al que hemos visto en el pasado. “Alemania” se traduce en francés como Allemagne y en inglés como Germany; tanto en francés como en español significa literalmente “todos los hombres”. Tras la caída del imperio romano, una gran cantidad de tribus arribaron a la ciudad, aunque no era posible distinguirlas desde el exterior. Por lo que simplemente se les dio el nombre de “todos los hombres”. Probablemente en estos tiempos, donde la migración es un fenómeno global que no excluye a ningún país o identidad religiosa, el resultado de las adversidades que enfrentan los inmigrantes es en realidad una situación de identidad global donde nos referimos unos a otros como “todos los seres humanos”.

 

Alexander Görlach es un catedrático visitante de la Universidad de Harvard, donde realiza investigaciones, tanto en el Centro de Estudios Europeos como en la Divinity School, en el campo de la política y religión. Estudió una maestría en Lingüística y religión comparativa. Görlach es Socio Senior del Carnegie Council on Ethics in International Relations y colaborador de la editorial de opinión del New York Times.