Libertad
Las democracias liberales y el arte
Hoy se celebra en todo el mundo la creatividad, la expresión y la libertad en el Día Internacional del Arte. Cada año, en el cumpleaños de Leonardo Da'Vinci, se nos recuerda cómo las conexiones interculturales están en constante transformación y siguen floreciendo más allá de las fronteras, profundizando en el significado de la expresión humana y la interacción social a través del arte.
Desde el surgimiento de la civilización, el arte se ha presentado como un terreno interactivo –siempre en evolución– con infinitos elementos capaces de retratar las distintas visiones de la dinámica social. Por lo tanto, reflexionar sobre el importante papel del arte en el día a día de la humanidad, es reconocer la naturaleza política del arte y su uso y representación como lenguaje universal para la libertad.
El arte, precedente de diversas declaraciones sociopolíticas a través del tiempo en diferentes grupos socioculturales, se ha fundamentado no sólo como una expresión de belleza, sino también como una poderosa herramienta de protesta, fijando el terreno para permitir la representación de la igualdad de libertad de las personas. Entonces, entender el arte en su contexto implícito de accesibilidad universal es reconocer la importancia de su papel en las democracias liberales y cómo impregna y expande la libertad a través de las distintas formas del arte.
Sin duda, el arte es una necesidad de la sociedad y su auténtico desarrollo y expansión dentro de los grupos humanos es un fuerte indicador de la fortaleza de las democracias modernas. El apoyo estatal a la expresión cultural se convierte entonces en una ventana de alternativas para promover, potenciar y proteger la libertad. En este caso, el arte no es sólo simbólico, sino que se convierte en uno de los medios para la re-significación de espacios y redefinición de identidades. El arte es un elemento más que nos acerca a la defensa de los derechos humanos.
La celebración de todas las formas de arte permanece como un registro de la memoria de la humanidad, y su continuación preserva la intersección de cómo el arte se convierte no sólo en una forma de comunicación, sino también de defensa, diversidad e inclusión. El arte es una documentación inagotable de todas las cuestiones sociales que exigen atención: la crisis medioambiental, la movilidad humana, la (in)justicia, la desigualdad de género y muchos otros temas que siguen siendo objeto de debate. Pero aun así, el arte también se convierte en un foro de conversación para estos temas, convirtiéndose en un elemento significativo de representación y facilitador para abrir debates más amplios. En este sentido, el arte no es sólo un reflejo del bienestar (o de la falta del mismo) de las comunidades, sino también el escenario que contrapone ideas opuestas, hace converger las diversas alternativas y abre posibilidades de cambio y transformación.
Es evidente que existe una estrecha relación entre el arte y los derechos de libertad, que muestra el grado de democracias funcionales y cómo interactúan e impregnan la vida de las personas. El arte debe entenderse como la virtud de la expresión humana, capaz de captar temporalidades de confrontación y acuerdo social, oposición y armonía, resistencia y aceptación; surgiendo siempre dentro de la condición de dualidad en la realidad humana. Entonces, las oportunidades que crea el arte son inmensas y complementarias a toda la vida política, integrando los movimientos sociales, el activismo y la protección de los derechos humanos en las democracias liberales.
El arte no es sólo una interpretación arbitraria, sino un esbozo preciso de la realidad inmediata a través de las personas que la conforman. El arte une a la sociedad y, el liberalismo, reconociendo los derechos individuales como uno de sus principios básicos, encuentra consenso en reconocer el arte como una práctica social que amplía el acceso a la libertad.
El arte cuestiona las restricciones de libertad, resignifica la resistencia colectiva, reubica los objetos y objetivos públicos y exige cadenas de reacción. Una vez más, la naturaleza del arte adquiere su significado inherente como expresión de la libertad política, especialmente cuando las democracias liberales no constriñen, sino que logran fortalecerse a través de su pueblo. Las democracias liberales están abiertas a nuevas prácticas y, por lo tanto, ofrecen los espacios para su desarrollo. En este sentido, las democracias necesitan del arte para asegurar la libertad y el arte adquiere un grado específico de funcionalidad cuando se le dan las herramientas para desarrollarse y florecer en diferentes escenarios.
El arte, siendo un elemento fuerte y genuino del comportamiento humano, bajo un sistema cultural bien apoyado, se vuelve capaz de representar distintas realidades socioculturales. Las democracias liberales reconocen las diversas formas de autonomía y dada esta práctica, el arte es capaz de ocupar un espacio relevante, convirtiéndose en un escenario para la convergencia pública. Si el arte, pues, nos hace más libres, hay que reflexionar sobre su poder como herramienta para hacer frente a la intolerancia en el mundo moderno y sobre su condición necesaria para una política que trascienda el tiempo y el espacio.