DE

Diversidad
La libertad de ser

Diversity
© Fauxels / Pexels

En ocasiones recalo en parajes inhóspitos. Callejuelas repletas de jerga violenta en las que unas voces anónimas, mientras se insultan, me susurran sobre los peligros de ser homosexual en España. Plazas vacías, en las que escucho gritos de “¡Cuidado!”, “¡Peligro!”, “¡Aquí no te quieren!”. Se oye todo entre un rechinar de dientes. En ocasiones recalo en Twitter, asombrado del mundo paralelo en el que me cuentan vivir algunos, desde sus pantallas y teclados. No aguanto mucho, vuelvo a la realidad.

Entre un 85 y 95 por ciento de los españoles declaran aceptar la homosexualidad y el matrimonio igualitario, según distintos estudios de los últimos años. Puede parecernos mejorable, pero ésta es una de las cifras más altas del mundo, lo que pone de manifiesto el innegable respeto a la libertad sexual y apertura de la sociedad española. Es necesario destacar que estos listados están siempre, sin excepción, copados en su cima por países occidentales. Varían en su posición, pero nunca fallan Alemania, Francia, Canadá, Australia y los escandinavos. Es necesario recordarlo porque es ese mismo occidente el objetivo del ataque continuo de algunos movimientos.

Situación muy similar se produce en los informes acerca de la calidad de vida de las mujeres, monopolizados siempre, sin excepción, por occidente. En uno de ellos, el elaborado por la universidad de Georgetown, España llegó a ocupar el quinto puesto. Hasta el cambio de ejecutivo, cuando caímos diez posiciones. Casualidad o causalidad aparte, ante este contexto, ¿qué hace que algunos señalen con ahínco lo mal que estamos, precisamente donde mejor estamos? ¿Qué factores afectan la cognición de una parte de la sociedad occidental como para considerar que un homosexual o una mujer en Madrid, Stuttgart u Orihuela del Tremedal, viven en un trocito del infierno en la tierra?

Diversity
© Scott Webb / Pexels

Es evidente que toda norma tiene su excepción. La homofobia en España, pese a ser residual, aún genera agresiones y casos de discriminación terribles, muy preocupantes, que hay que erradicar con firmeza en la ley y sin un paso atrás en la educación. Porque una sola agresión ya es más de lo aceptable. Porque debemos seguir siendo un ejemplo y precisamente por ser ese ejemplo, no se puede banalizar nuestro estado de derecho, que debe ser orgullo y no objeto, hasta el hastío, de críticas sin fundamento que buscan objetivos políticos que nada tienen que ver con la mejora de las condiciones de vida de los homosexuales.

La excepción nunca puede ser, por definición, la norma. Ni podemos permitir, como ha ocurrido especialmente durante estas últimas semanas, que haya personas y asociaciones que consigan transmitir mediante el miedo que esa excepción es norma. Porque el miedo es libre, pero transmitirlo es peligroso. El miedo desdibuja sociedades y lo más importante, desdibuja individuos, desdibuja el ser y el sentir de cada uno. Y esto mismo parece ser lo que algunas de esas personas y asociaciones buscan desde hace tiempo, autoproclamándose portavoces de colectivos: Desdibujar a sus miembros, convirtiéndoles en números para sus proclamas propias.

Porque un colectivo no debería dejar de ser nunca una agrupación libre de individuos con un objetivo común. No podemos aceptar que bajo la excusa de “protegernos”, otros, que viven de nosotros, nos conviertan en meros píxeles, ocultos tras una entidad, sin opinión sobre la utilización de nuestro propio ser. Amalgamas de siglas identificadas en un despacho de analistas políticos, que deciden a qué personas colectivizar en un mismo grupo, para satisfacer así su agenda electoral.

Diversity
© Boaphotostudio / Pixabay

Defendamos la asociación libre de individuos, que tan necesaria es para conseguir avances como el matrimonio igualitario o la adopción homoparental.  Actualmente, con estos objetivos conseguidos, los colectivos, las agrupaciones voluntarias de individuos (LGTB en este caso), deben ser garantes del mantenimiento de dichos derechos, frente a desbarres o delirios, tan peligrosos como patéticos como los que protagoniza la ultraderecha española, intentando redirigir orgullos al extrarradio. Porque una vez se consigue un objetivo, la función de quién luchó por él es defenderlo, sin buscar falsos dilemas con los que aprovecharse, esto y nada más, proteger la libertad de lo conseguido. La libertad de ser.

Porque de poco sirve la pertenencia a un grupo que solo valida una parte de ti, mientras pretende anular el resto. De poco sirve un grupo que utiliza tu identidad para objetivos personalistas. Que desdibuja y manipula su origen, hasta terminar generando una caricatura dentro de la cual crecen las fricciones de sus miembros. De poco sirven los colectivos si no son asociaciones libres de individuos.

Cuando esto ocurra, demasiado habitualmente en la actualidad, pongámonos en alerta. Abandonemos los ruidos de fondo, las falsas polémicas, el rechinar de dientes en Twitter y recordemos que solo mediante la libertad de todos y cada uno de nuestros aspectos, se encuentra la libertad de ser.