Mediterráneo y arte
Mediterráneo y arte: desde Alejandría a la Casa Museo de Dalí
Como Ulises en su travesía para regresar a Ítaca, a lo largo de este itinerario nos gustaría despertar ilusiones, descubrir anhelos y desafiar venturas y desventuras a través de algunos museos ubicados a lo largo y ancho de la rivera mediterránea. Adentrarnos en ellos para apreciar sus creaciones más notables consagradas al Mare Nostrum, con el fin de admirar en sus aguas el reflejo de tantas culturas, de apreciar en sus destellos aquellas batallas silenciadas y sus victorias glosadas, para vislumbrar, en su cálida transparencia, hasta qué punto el Mediterráneo fue –y sigue siendo– catalizador de gentes de disímil cariz. Dibujaremos así una historia común entre países, imperios y reinos, entre religiones y tradiciones diferentes, demostrando que más allá de continentes, razas, género o condición, el Mediterráneo, siempre fiel a su capacidad de comunicación, a sus olas que orillan el placer de lo diferente, estas aguas mitológicas, cristianas, judías y musulmanas, fenicias y bizantinas, son símbolo y realidad en la sucesión y sedimentación de múltiples civilizaciones y gestas. Por ello, aún hoy, este mar configura nuestro modo de entender la actualidad, y en su horizonte esperamos avistar la llegada de un futuro propicio.
Los puertos de esta singladura serán diferentes museos e instituciones cuya función educativa y patrimonial permiten, en el caso que nos ocupa, vertebrar un escenario común en torno a la historia, la sociedad y la antropología de dicha cuenca marítima, todo ello plenamente integrado en el devenir europeo. En una sociedad globalizada y cambiante, la cultura mediterránea custodiada en estos museos se hace cada día más trascedente, al convertirse en parámetro humanista, antropológico, ético y político, pues nos recuerda la importancia de los valores compartidos, de las diferencias constructivas.
En absoluto se trata de un recorrido minucioso, más bien aleatorio, abundando en obras desconocidas, a la par que significativas, respecto al arte y la arqueología mediterránea, siempre, eso sí, incidiendo en la necesidad de preservar, proyectar y divulgar tan acendrado patrimonio desde la identidad del Mare Nostrum en el contexto europeo.
Comenzamos nuestro viaje en Egipto, concretamente en el Museo Nacional de Alejandría, cuyas colecciones se articulan en torno a los periodos históricos más sobresalientes de dicha ciudad. La decadencia de la civilización egipcia estuvo marcada por la asimilación creativa de otros pueblos. Así lo constata el mosaico de Berenice II (c. 250 a. C.), esposa de Ptolomeo III. Esta obra se aleja de la tradición puramente egipcia a favor de los modelos romanos, constatándose así, por un lado, las influencias y transformaciones estéticas acaecidas en la antigüedad, amén del papel y la presencia que la mujer tuvo, y mantiene, en la configuración social de este área geopolítica.
Hablamos del mundo griego desde el Museo Arqueológico de Atenas, donde el Dios del Cabo Artemisio (s. I a. C.), probable imagen de Poseidon, nos retrotrae de nuevo a la importancia del mar en la civilización helénica. Curiosamente, este bronce fue hallado en los fondo submarinos, metáfora de ese Mediterráneo siempre dispuesto a sorprendernos con su intenso pasado.
Por lo argüido, en Roma, como en Grecia, las representaciones de, en este caso, Neptuno fueron muy habituales, generalmente encarnando las virtudes que el Mediterráneo procuraba al Imperio. Dicho tema era común en cualquier provincia, por muy alejada que estuviera de la metrópoli. Entre el extraordinario conjunto de mosaicos romanos que exhibe el Museo del Bardo de Túnez, sobresale el Triunfo de Neptuno (s. II). Se trata de una composición musivaria de gran calidad, cuyo centro está presidido por la deidad aludida, custodiada en sus ángulos por las figuras alegóricas de las cuatro estaciones.
En la expansión y consolidación del cristianismo, el Mediterráneo jugó un papel crucial, coadyuvando a su rápida difusión, que correría pareja al desarrollo de su imaginería artística, donde, por cierto, el agua bautismal y su sentido purificador tantas veces se representaría.
La vinculación cultural y política entre el Mediterráneo oriental y occidental se evidencia en los impresionantes mosaicos bizantinos de San Vital de Rávena (s. VI), en Italia. Probablemente, sus dos paneles principales, el dedicado al emperador Justiniano y a su esposa Teodosia, viajaron desde Constantinopla hasta la ciudad italiana: así nuestro mar continuaba consolidándose como vía de conocimiento y de intercambio artístico.
Si el agua era importante en el cristianismo, no menos lo sería para el Islam, en cuyo desarrollo y eclosión intelectual el Mediterráneo fue un gran aliado. Los jardines islámicos, en cierto modo, anhelan recrear el paraíso de ultratumba mediante todo tipo de flores y arbustos, donde el agua, como un Mediterráneo cerrado en estanques, albercas y surtidores, tendrá un considerable protagonismo, según apreciamos en las pintorescas colecciones de fuentes, de diverso estilo y época, que lucen los patios del Palacio Topkapi de Estambul.
Venecia, puerta y puerto para el comercio y la cultura mediterránea, dejó fiel testimonio de tan afortunada posición en su pintura del Renacimiento. La presencia de sus canales, el mercado marítimo y, por ende, su cosmopolitismo, lo podemos observar en tantas series pictóricas efectuadas para las scuolas –instituciones benéficas–. Los grandes lienzos que componían estos conjuntos solían recrear episodios contextualizados en la propia Venecia de los siglos XV y XVI, destacando la importancia del mar, del agua como medio de comunicación, sin obviar su potencial escenográfico. Buen ejemplo de lo dicho es el Milagro de la reliquia de la Santa Cruz en el Puente de Rialto, de V. Carpaccio (1494, Galería de la Academia de Venecia).
Hablar de Sorolla es hacerlo del Mediterráneo, de su color, de sus gentes, de quienes lo disfrutaban y lo trabajaban. El genial pintor valenciano, en definitiva, nos ofrece la visión de ese mar, de aquellas playas, en torno al cual giraba el día a día de la capital levantina. Sorolla es el pintor por excelencia de la luz mediterránea, cuya intensidad y matices atisbamos en cualquiera de los numerosos cuadros que de este autor atesora el Museo de Bellas Artes de Valencia.
El paso al siglo XX y a las vanguardias viene marcado por alguien tan ligado al Mediterráneo como Salvador Dalí. Surrealista por excelencia, los acantilados de Cadaqués fueron esenciales en su método paranoico-crítico, a través del cual aquellas rocas se convierten y nos sugieren dispares formas y figuras. Así lo recoge su fascinante universo estético custodiado en el Teatro-Museo de Dalí en Figueras, Girona.
Al ser tan populares las obras que Picasso o Matisse dedicaron al Mare Nostrum, optamos por cerrar nuestro recorrido con la capilla del Santísimo de la Catedral de Mallorca, donde Miquel Barceló realizó un potente mural en el que unifica sus principales experiencias estéticas: el Mediterráneo y África. Esta concepción no deja de ser una metáfora contemporánea: el Mediterráneo como lugar de encuentro, de acogida e interculturalidad. Así nos lo enseña patrimonio museístico referido, según hemos comprobado sucintamente. La tradición mediterránea, su historia y su arte se convierten pues en maestros y maestras de los que somos sus legatarios para construir una Europa diversa, humana y culta, valores que definen nuestra identidad.