Seguridad
Rusia, ¿una amenaza para el orden liberal?
Cuando fue clausurada la 59ª Conferencia de Seguridad de Múnich (17 al 19 de febrero pasado), Rusia todavía permanecía dentro del Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START) aunque, dos días después, la Duma ratificó el anuncio del presidente, Vladimir Putin, de retirar a su país de este acuerdo vital y estratégico para frenar una nueva era armamentista nuclear que ahora parece inevitable.
También conocido como New Start, este acuerdo fue signado por Estados Unidos y Rusia el 8 de abril de 2010 y entró en vigor, el 5 febrero de 2011 y se habría prorrogado hasta el 4 de febrero de 2026. La salida de Rusia avizora una carrera nuclear a la que, de manera inevitable, terminará sumándose Estados Unidos pero también otros actores que buscan posicionarse mejor dentro del liderazgo global y sobre todo proveer a sus propios países, de un marco disuasorio más moderno y atemorizante ante las amenazas regionales e internacionales.
En el más reciente Informe de Seguridad de Múnich 2023 queda muy claro que la invasión de Ucrania no es un simple acto bélico preparado con antelación en violación de la soberanía de un país. Lo que Moscú se ha montado es “un ataque contra los principios fundamentales del orden posterior a la Segunda Guerra Mundial”.
La invasión rusa a Ucrania es un indicio de que se pretenden derribar los valores democráticos y liberales, así como el actual orden mundial y las instituciones marco erigidas, desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Así lo refleja el propio Índice de seguridad de Múnich 2023, elaborado después de encuestarse a 12 mil personas en varias partes del mundo, para preguntarles su percepción acerca de 31 riesgos globales y nacionales. En su mayoría, las personas encuestadas, coincidieron que están presenciando un “punto de inflexión” en la política mundial.
¿Hacia dónde se dirige el orden global? Precisamente la Conferencia de Múnich ha obtenido sus propios análisis plasmados en su Informe de Seguridad que destaca que está invasión orquestada con toda alevosía (muy seguramente fraguada desde 2014) es el ataque “más descarado” contra el orden internacional liberal basado en reglas.
Esta no es una simple guerra contra un estado soberano es una guerra contra los valores de la democracia y el orden liberal; es una lucha política, ideológica y de apropiación de los mercados y de sus rutas y del control del espacio y del ciberespacio para reimponer un nuevo orden internacional basado en los valores de las autocracias, con su particular gobernanza y sus intereses económicos preexistentes.
De alguna forma implica extender el abanico global a una lucha de intereses que recalan en varias partes del mundo, como ahora mismo, acontece con África.
De acuerdo con el Center for Strategic and International Studies, Rusia ha incrementado de manera notable su presencia en el continente africano a través de un doble plan de acción: la expansión del grupo militar y privado Wagner propiedad de Yevgueni Prigozhin (amigo personal de Putin) y del ofrecimiento de contratos de inversión para construir diversa infraestructura en la zona.
De esta forma, de 2016 a 2021, esta fórmula dual de seguridad militar privada e inversiones había dados resultados positivos para la presencia rusa en los siguientes países: Libia, Sudán, Chad, Nigeria, Malí, Guinea Bissau, Sudán del Sur, Burundi, Congo, Madagascar, Botsuana, República Democrática del Congo y Mozambique; entre otros más.
Mientras Estados Unidos lleva décadas olvidándose de África, ha dado un paso atrás en América Latina y otros países de Medio Oriente y Asia, para enfocar toda su competencia en China; esa política de abandono y de vacío ha dejado un hueco para que otros actores internacionales muevan sus piezas de posicionamiento en el tablero global.
Putin, desde luego no ha perdido tiempo, no en una África llena de recursos naturales, minerales, energéticos y con un enorme potencial en las llamadas tierras raras. La expansión en el Mar Rojo ha comenzado para los rusos.
Rusia es el mayor suministrador de armamento en el continente africano. Mucho de ese armamento se utiliza para combatir fundamentalmente a tres grupos terroristas: Boko Haram, Al Qaeda del Magreb Islámico y Ash-Shabab.
Según el think tank, Brookings Institution, entre 2015 a 2019, el Gobierno ruso signó un total de 19 acuerdos de colaboración militar con diversos países africanos.
Por ejemplo, con Egipto la empresa rusa Rosatom está construyendo una central nuclear y hay avances para firmar otros convenios para llevar la energía nuclear a Ghana y a Nigeria. En 2019, Putin organizó un importante cónclave Rusia-África en el balneario de Sochi, al que acudieron representantes de 40 países.
Hay un avance sólido en las relaciones entre Rusia y África al que también ha contribuido la diplomacia de la vacuna Sputnik V que, junto con la china CanSino, son dos de los sueros más baratos contra el coronavirus con el que se inocula a la población africana; en ausencia de los viales de Pfizer y de Moderna las vacunas occidentales.
Luego está el preocupante paso atrás de la política francesa de seguridad regional en África, en casi todas sus antiguas colonias. Para el presidente francés, Emmanuel Macron, la política exterior gala en África no puede seguir “asumiendo responsabilidades militares exorbitantes” y plantea la retirada de suelo africano sobre todo de Mali y de Burkina Faso; aunque su intención es dar un paso atrás en todo el Sahel.
Sin la presencia militar francesa, los mercenarios rusos Wagner nuevamente se erigen como la única opción real para que los Gobiernos de facto no caigan ante las diversas fuerzas desestabilizadoras.
La gira del presidente francés a países como Gabón, Angola, Congo y República Democrática del Congo, para anunciar planes de inversión y de cooperación es vista en África como un intento tardío.
La postura francesa de diálogo y de reconciliación histórica a través de inversiones llega tarde como, llegarán tarde también el resto de los miembros de la Unión Europea (UE) porque África lleva tiempo reclamando atención, inversiones y cooperación.
China ha llegado primero: lleva varios años metiendo inversiones en África con su Nueva Ruta de la Seda y es vista como una nación amiga sin intereses coloniales. Rusia la secunda ofreciendo armas, seguridad y construir infraestructura. Europa ha dejado sola a África, prácticamente en manos de chinos y rusos, que tendrán el control futuro del continente y eso para la seguridad europea es una mala noticia.