Desinformación
Desinformación: cómo entenderla, combatirla y protegerse
El Observatorio de Desinformación de la Universidad Complutense y la Fundación Friedrich Naumann analizan los desafíos de la desinformación en América Latina y el mundo
En un mundo donde la información fluye a velocidades vertiginosas, la desinformación ha encontrado un terreno fértil para enraizarse y prosperar. De acuerdo con el análisis que elaboramos en conjunto con el Observatorio de la Universidad Complutense de Madrid , la manipulación de datos, rumores y noticias falsas se ha convertido en una amenaza que pone en jaque no solo a las democracias, sino a la percepción misma de la realidad.
El rostro cambiante de la desinformación
Desde las antiguas retóricas romanas hasta los memes virales en redes sociales, la desinformación ha evolucionado junto con los avances tecnológicos. La imprenta permitió la difusión masiva de propaganda durante la Reforma Protestante, mientras que la radio y la televisión refinaron estas estrategias en el siglo XX. Sin embargo, el auge de Internet y las redes sociales ha amplificado exponencialmente su alcance. Algoritmos que priorizan contenido sensacionalista y polarizador han sido el caldo de cultivo perfecto para campañas orquestadas que buscan socavar la confianza en instituciones y manipular elecciones.
Un ejemplo icónico citado en el informe es la intervención rusa en elecciones internacionales. Mediante herramientas como bots y trolls, Rusia no solo desinforma, sino que crea narrativas diseñadas para fragmentar sociedades. En América Latina, su impacto se refleja en campañas electorales donde se detectaron miles de cuentas falsas difundiendo contenidos polarizantes.
La desinformación en América Latina: un arma de doble filo
La región no ha sido ajena a este fenómeno. El informe destaca cómo la desinformación ha sido utilizada tanto por regímenes autoritarios como por actores externos. En Venezuela, el gobierno emplea bots para crear tendencias en Twitter y desviar la atención de problemáticas internas. Mientras tanto, Rusia ha utilizado medios como RT y Sputnik para influir en la opinión pública, colaborando con aliados locales como Telesur para legitimar sus mensajes.
Además, las plataformas digitales han permitido la expansión de estas estrategias. Según el informe de Oxford, en 2019 se documentó manipulación informativa en redes sociales en 70 países, incluyendo varios de América Latina. Esto subraya cómo la desinformación se ha convertido en un instrumento de poder para desestabilizar democracias emergentes.
Nuestras vulnerabiliades psicológicas y sociales ante la desinformación
Más allá de los datos y las cifras, la desinformación afecta directamente a las personas. Sesgos cognitivos como el de confirmación o el efecto de repetición hacen que el cerebro humano sea susceptible a aceptar como verdad aquello que reafirma creencias preexistentes. Este fenómeno, sumado a la hiperconexión y la sobrecarga informativa, genera un entorno donde la verdad se diluye entre un mar de medias verdades y mentiras.
Subrayamos varios elementos estructurales de la desinformación moderna: la pérdida de autoridad de los medios tradicionales, la hiperconexión de los usuarios, y el predominio de las emociones sobre la razón en la percepción de noticias.