América Latina
Mercado y Desarrollo Sostenible
Un sistema capitalista de mercado libre produce siempre un desarrollo sostenible. Los recursos naturales se utilizan si es económicamente viable hacerlo. Cuando un recurso escasea su precio tiende a incrementarse, lo cual puede conducir, según cómo evolucione su demanda, a que se dediquen más medios para su obtención, a que se utilice de forma más eficiente sólo para los fines más valiosos o a que se abandone su uso y sea sustituido por otras alternativas más competitivas.
El ecologismo catastrofista que configura parte de la hegemonía cultural de izquierda tanto en nuestros países latinoamericanos como en las potencias europeas, ignora deliberadamente este esquema y se propone, una y otra vez sin reparar en los perjuicios que acarrea su actitud, imponer su ideología a fuerza de leyes y regulaciones.
Pero volvamos al eje de la cuestión, que es la naturaleza sostenible de los mercados.
La acumulación de capital y el desarrollo continuo de las tecnologías de producción incrementan la eficiencia y la productividad del trabajo humano y liberan a las personas de la dependencia de los a menudo imprevisibles ciclos naturales de regeneración. El hombre no sólo consume como un parásito o depredador, sino que contribuye de forma activa a la generación de vida. Más población humana no significa necesariamente más problemas, por no decir que en no pocas ocasiones es sinónimo de nuevas soluciones.
En una sociedad auténticamente libre los residuos, basuras y todo tipo de sustancias tóxicas indeseables son tratadas de forma adecuada para no agredir a los demás. No se trata de que el que contamine pague al estado (el cual permite que unos vean deterioradas sus condiciones de vida para beneficio de otros), sino de que nadie pueda violar impunemente la propiedad ajena. Una sociedad inteligente utiliza el conocimiento científico de forma crítica y consciente, sin dejarse alarmar por los agoreros catastrofistas.
Por el contrario, recién cuando políticos demagogos y burócratas aferrados a sus privilegios imponen su ingeniería social sobre el sentido común de los ciudadanos, el desarrollo se torna insostenible.
Los problemas del mundo actual se deben a los obstáculos estatales a la legítima asignación de derechos de propiedad y al funcionamiento de los mercados. Los aranceles y los subsidios proteccionistas más la depravación sui generis de las retenciones a la exportación que bien conocemos en Argentina, sirven para mantener trabajadores ineficientes y actividades no competitivas (es decir, no sostenibles), beneficiando a unos pocos a costa de muchos, leánse consumidores, trabajadores y empresarios competitivos.
Un caso ajeno a la actual situación vernácula pero no demasiado lejano en el tiempo es el conflicto por el agua potable que se libra en países pioneros de la Ecología estatista como España, Francia y en menor medida, Alemania.
Allí vemos el fracaso de 30 años de administración gubernamental del agua dulce, con numerosas urbes del Viejo Continente donde se impuso la restricción del agua en los hogares por horarios.
El uso del agua potable, hace tiempo un recurso prácticamente inagotable, debería racionalizarse privatizando su control y permitiendo su compraventa a precios de mercado. Es absurdo que los agricultores europeos obtengan agua a precios irrisorios mientras que los ciudadanos de a pie sufren restricciones para su consumo. Depender de la lluvia es arriesgado, como demuestran las sequías, y la desalinización del agua marina es a menudo una alternativa económica. Las instituciones públicas gestoras de recursos hídricos despilfarraron el agua de forma sistemática, pero los respectivos Estados aún tienen la desfachatez de pedir a los ciudadanos que ahorren agua cuando, mediante los subsidios aprobados por la Unión Europea en su conjunto, no pagan apenas nada por ella.
Los precios de mercado son señales e incentivos adecuados para el uso eficiente de cualquier bien, pero los colectivistas en el poder se niegan a aceptarlo, porque va en contra de sus ideas absurdas y les quita su poder de decisión en nombre de los demás.
Los recursos pesqueros se agotan porque no se aplican los derechos de propiedad. Los seres humanos ya no son mayoritariamente cazadores y recolectores, sino ganaderos y agricultores. Lo mismo debe hacerse con los recursos marinos.
Las fuentes de energía a disposición de los seres humanos son variadas y abundantes. La contaminación real debe evitarse, pero es absurdo confundir gases de efecto invernadero (que pese a las declamaciones amarillistas tienen efectos no del todo conocidos sobre el clima) con gases contaminantes, tóxicos para los seres humanos.
Cambiando de continente, es irresponsable condenar a millones de latinoamericanos a la pobreza por falacias ampliamente divulgadas como un presunto calentamiento global que es más mito que realidad, primando la conservación de los recursos a costa del progreso de las sociedades. En cualquier caso el mercado libre, creativo y adaptativo, es la mejor respuesta ante los cambios en las condiciones de la naturaleza.
La ciencia económica muestra un problema más, de carácter extremadamente importante y fundamental, para que el desarrollo sea sostenible. Mientras que sean los estados quienes manejen el dinero y el crédito, la manipulación artificial de los tipos de interés confundirá a ahorradores, inversores y empresarios, comenzando proyectos que a la larga no serán sostenibles por falta de rentabilidad, lo cual llevará a crisis generalizadas, liquidaciones, pérdidas y desempleo: el ciclo económico, del cual se suele culpar de forma errónea a la irracionalidad de los mercados. Las causas del ciclo económico son conocidas por los auténticos economistas, pero los políticos, deshonestos e ignorantes, nunca harán caso.
En vista a los recientes acontecimientos del mundo actual ni los líderes de las potencias ni los gestores de crisis tercermundistas han tomado nota de los desastrosos efectos del mercantilismo obsoleto, las subvenciones endémicas o la manipulación monetaria, y mientras esto sea así no sólo triunfarán dogmas retrógrados como el del ecologismo catastrofista, sino que siempre lo harán a expensas del bendito bien común, universalmente nombrado y a la vez ultrajado por los estatistas de todo signo y sitio.