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Reflexiones argentinas en el aniversario de la liberación de Auschwitz
Si hay algo que no hizo ningún aporte para la caída del nacional socialismo eso fue la participación de Argentina en la guerra. Argentina como país, claro. Cientos de argentinos tuvieron heroicas participaciones, muchas de ellas bajo la bandera británica, en el bando de los aliados. Sin embargo, el rol del Estado argentino no fue nada claro y la ambigüedad (por no decir simpatía) con los países del Eje le costó caro durante la segunda mitad del Siglo XX. Recién el 27 de marzo de 1945 el país, oficialmente, le declara la guerra a una Alemania en franca retirada.
La liberación del campo de concentración de Auschwitz, que hoy conmemora el mundo, ocurrida exactamente dos meses antes de eso, es una clara muestra que el destino de la guerra y que la derrota del Eje era un hecho absolutamente consumado para cuando Argentina se sumó oficialmente al conflicto. Pero la ridícula y tardía declaración no es el único motivo por el que se asocia a la Argentina con los fascismos europeos de entonces. Además de las similitudes del modelo corporativista de Juan Domingo Perón, aprendido de primera mano luego de una experiencia en la Italia de Mussolini, se le agrega la complicidad para con muchos criminales nazis que ingresaron al país con complicidad de las autoridades locales. Aunque el caso más relevante fue el de Adolf Eichmann, lo cierto es que aquí llegaron muchos más dirigentes del Tercer Reich.
Documento de trabajo otorgado a Adolf Eichmann en Argentina
Aunque desde el antiperonismo se suele acusar a Perón y a su espacio político de filonazi, por las cuestiones mencionadas anteriormente, lo cierto es que nunca existió una afinidad ideológica concreta para con el nacional socialismo alemán o el fascismo italiano. Sí hubo una utilización de ciertas cuestiones con finalidades puramente utilitarias. Aunque el primer peronismo haya tenido demasiados condimentos de una dictadura pura y dura, lo cierto es que se trató de un fenómeno autóctono con elementos que le servían al caudillo. Su modelo de “tres patas” entre el empresariado nacional, los sindicatos y los trabajadores no tenía ninguna finalidad concreta como la de “frenar al marxismo”, como se justifica desde la derecha peronista. Simplemente se trató de la columna vertebral que garantizó el esquema de poder de Perón, derrocado finalmente en 1955.
Tampoco hubo nada romántico o ideológico en el ingreso de los nazis escapados de Europa. Aunque en la cadena de favores seguramente existían ciertos personajes ideologizados, la verdad es que el arribo de los mismos se dio en el marco de cuestiones más terrenales, como sobornos, favores a cuenta e incluso la utilización de los mismos personajes por sus capacidades técnicas en suelo nacional.
Esa misma amoralidad utilitaria es la que amerita la reflexión argentina por estos días. Un nuevo gobierno peronista, apremiado por el desastre de un proceso populista del que es en gran parte responsable, acude a las potencias más cuestionadas en materia de Derechos Humanos para que, como se dice por aquí, le saquen “las papas del fuego”.
En la jornada de ayer se confirmó que las autoridades locales renovarán el Swap de monedas con China, en el marco de las necesidades urgentes de un banco central absolutamente quebrado. Es claro que lo que le interesa al gigante asiático es incrementar su influencia en el país y en la región. ¿A quién se le ocurre que los chinos están interesados en contar con pesos argentinos para sus operaciones y necesidades?
Lo mismo ocurre con relación a Rusia y a la visita del presidente Alberto Fernández a Vladímir Putin próximamente. La necesidad de recursos para afrontar los vencimientos con el Fondo Monetario Internacional y las urgencias energéticas para paliar un sistema fundido vuelven a poner al país a merced de relaciones cuestionables. Billeteras abultadas que pueden darle algo de aire a una gestión fallida, pero que se trata en cierta manera de una triste repetición de la historia: un pésimo alineamiento internacional, no por ideología, sino por intereses concretos, que vuelve a alinear a la Argentina con los violadores de los derechos humanos de la actualidad.
Aunque ya no hay escenas como las de Auschwitz afortunadamente, los socios que elige la Argentina tienen un prontuario de persecución política, ataques a determinadas minorías y comportamientos incompatibles con la democracia. Ya sea por el caso de una dictadura de partido único o por una pantomima democrática, en un país donde se hace lo que dice el mandamás. Y como ocurrió luego de 1945, Argentina deberá pagar la cuenta por los amigos que elige por muchos años más