JUVENTUD
El Año Europeo de la Juventud para los jóvenes de la Europa meridional
“¿Cómo podremos construir Europa si los jóvenes no ven en ella un proyecto colectivo y una representación de su propio futuro?”
Con esta elocuente frase, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen se cuestionaba en el último Discurso sobre el Estado de la Unión (SOTEU) de 2021 cómo podría conformarse la Unión Europea del futuro sin la colaboración y vinculación de la juventud europea.
Según datos del CIA World Factbook, en 2017 el porcentaje de población entre 15 y 24 años -la cohorte que, desde instancias comunitarias se considera como joven-, era de casi el 11%, con un total de 56 millones de personas. No obstante, los datos de las últimas décadas son desalentadores: hoy en día hay 25 millones de jóvenes menos en Europa respecto a décadas anteriores.
Es en este contexto demográficamente complejo en el que se decidió responder al interrogante expuesto inicialmente, con el nombramiento de 2022 como Año Europeo de la Juventud. Así, desde la Unión Europea se pretendía reconocer institucionalmente el esfuerzo que la juventud europea había desarrollado desde 2008 con el inicio de la “Gran Recesión” y cuyo efecto se multiplicó de forma abrupta con la aguda recesión posterior a la crisis pandémica de 2020.
Esta elección no es baladí ni azarosa: es precisamente en este año cuando se concluyó la Conferencia sobre el Futuro de Europa (CoFoE), experimento pionero de democracia participativa y de la que el pasado 9 de mayo se publicaron sus Conclusiones tras un año de cónclaves. Se enunciaron 49 propuestas de las que la juventud europea será deudora en caso de que finalmente se inicie el proceso de Convención Europea y de consiguiente reforma de los tratados que parece vislumbrarse. Pese a que gran parte de ellas poseen un carácter transversal, sí se formularon propuestas específicas respecto de la juventud europea, incidiendo, por ejemplo, en la necesidad de que, desde instancias comunitarias, se ponga el foco en sus necesidades específicas.
Lo que sí puede afirmarse más allá del resultado de la CoFoE es el abrumador apoyo que ha otorgado la juventud al proyecto de integración europea que representa la Unión Europea. En el Eurobarómetro sobre juventud y democracia publicado el pasado 6 de mayo por la se confirma esta tendencia y muestra que la juventud europea desea ser tenida en cuenta en el proceso de toma de decisiones comunitarias: hasta un 72% así lo manifiesta.
Dicha dinámica de europeísmo entre la generación joven de la Unión tuvo en las Elecciones al Parlamento de 2019 otro hito histórico: el 42% de las personas entre 16 y 24 años votaron en los comicios, subiendo la participación en esta cohorte de edad un 50% respecto a las anteriores elecciones de 2014, donde fue del 28%.
No obstante, no puede pensarse en el Año Europeo de la Juventud como la efeméride y conmemoración para con un sector monolítico de la población europea que se denomine “juventud europea”. Sería un error pensar en ella como un ente homogéneo y cuyas necesidades, intereses, aspiraciones y reclamaciones son semejantes. Podrían establecerse en este sentido cleavages o brechas demográficas y/o socioeconómicas. Es especialmente destacable la que existe entre las poblaciones de los países que conforman el área septentrional y oriental de la Unión Europea y aquellas del área meridional, es decir, la de los países del entorno mediterráneo.
Focalizando el análisis en estas últimas, huelga decir que estos territorios han sido tradicionalmente los grandes damnificados de las crisis cíclicas anteriormente mencionadas. Así, la Gran Recesión castigó especialmente a una juventud meridional que en los momentos más agudos de la crisis en 2013 vio cómo más del 60% estaba desempleada en el caso griego o del 55% español. Pese al brusco descenso, aún hoy son este grupo de países los que tienen los mayores porcentajes de desempleo juvenil: 30,6% en España, 30,5% en Grecia o 26,8% en Italia en datos de 2021.
El efecto principal de este ciclo de crisis es el surgimiento de una importante brecha generacional en estos países. Así, en España, Italia o Portugal la generación que se incorporó al mercado laboral durante y después de la Gran Recesión ha visto cómo sus carreras laborales se iniciaron con menores ingresos que generaciones anteriores. Este cleavage Norte-Sur es igualmente patente en la generación de riqueza: en los mencionados países la capacidad de acumular riqueza se ha reducido notablemente respecto a generaciones anteriores y jóvenes de países como Alemania.
A pesar de que los niveles de ingresos se recuperan progresivamente a partir de la treintena, la juventud meridional se enfrenta a una suerte de “tiempo perdido” respecto a generaciones anteriores cuando tuvieron la misma edad. Esto se canaliza posteriormente en una mayor dificultad y retraso para la emancipación y, lógicamente y unido al deterioro de su posición en el mercado laboral, al descenso del número de hijos. Este aspecto unido a la mencionada compleja situación demográfica que atraviesa Europa abre un horizonte complejo que, desde las instituciones comunitarias, deberá analizarse pormenorizadamente.
Es por ello por lo que la juventud de los países del Sur de Europa es un ejemplo paradigmático de los retos que tiene ante sí la Unión Europea y que el Año Europeo de la Juventud pretende atender y dilucidar. La juventud meridional, notablemente europeísta y favorable a una mayor integración, debe verse reflejada en el proyecto europeo de futuro que pretende trazarse tras la CoFoE. Para ello deberá atenderse a sus especiales requerimientos y originalidades respecto a sus homólogas septentrionales. Solo así se logrará su necesario empoderamiento como deudora de la Europa del presente y constructora de la del futuro.