Agenda 2030
Un nuevo impulso para cumplir la Agenda 2030
Que el mundo no va bien no es un secreto. Que las últimas calamidades –COVID19 y la guerra desencadenada por la invasión rusa de Ucrania, especialmente- contribuyen a deteriorar la situación, también es una obviedad. Que el escenario europeo y mediterráneo es particularmente sensible a tal cúmulo de convulsiones, sería por lo tanto la conclusión lógica tras semejante observación.
Ha transcurrido casi la mitad del tiempo desde que el 25 de septiembre de 2015 más de 150 jefes de Estado y de Gobierno aprobaran la Agenda 2030 y, dentro de ella, los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), a todas luces el proyecto más ambicioso de las Naciones Unidas para el siglo XXI. Quedan, pues, apenas ocho años más para lograr esos 17 objetivos, desglosados en 169 metas, cuya consecución debería alumbrar un mundo donde estuviera erradicada la pobreza, implantados por completo el respeto a los derechos humanos, plenamente aceptado un desarrollo económico global sostenible y respetuoso con el planeta, en suma un mundo mejor para esos más de 9.000 millones de seres humanos que se calcula habitarán la Tierra a mediados del presente siglo.
Ciñéndonos al ámbito transmediterráneo es evidente que tal horizonte necesita de un nuevo impulso, de iniciativas que demuestren que, lejos de bajar los brazos ante la envergadura de las últimas crisis, los países de ambas orillas y sus habitantes están dispuestos a convertir el espacio euromediterráneo en el mundo mejor ambicionado cuando suscribieron tan gigantesco programa.
Avances y reveses de la crisis
Son ciertamente innegables los avances en lo que respecta a los objetivos 3 (salud y bienestar), 5 (igualdad de género), 7 (energía asequible y no contaminante) y 17 (alianzas para lograr los objetivos). La COVID19 ha supuesto un revés brutal que ha sacudido toda la estructura sanitaria de nuestras sociedades, pero también se ha convertido en un acicate para resituar la importancia de la investigación biomédica, de la atención primaria y de los centros y residencias de mayores, todo lo cual precisará ahora de una adecuada renovación, que algunos países ya han puesto en marcha.
Lo mismo cabe decir de los avances registrados en cuanto a la igualdad de género. Se han acortado mucho las diferencias en el plano laboral, ha aumentado notablemente la representación femenina en los parlamentos y también se ha registrado un incremento de su presencia en los puestos directivos, tanto en las diferentes administraciones públicas como en las empresas del sector privado. A este respecto, el último informe de Grant Thorton “Women in Business” señala que en 2021, a escala mundial, 9 de cada 10 empresas tiene al menos una mujer en sus equipos de alta dirección. Es un gran avance, sobre todo si se tiene en cuenta que hace apenas cinco años, en 2017, eso solo ocurría en el 66% de las empresas. El mismo informe destaca que de 2019 a 2021 el porcentaje de mujeres consejeras delegadas y directoras generales ha aumentado desde el 15% al 26%.
A pesar de la crisis energética desencadenada en Europa a causa de la guerra en Ucrania y de las sanciones a Rusia, a nivel global se ha registrado un progreso innegable en el acceso de la población a la electricidad, acompañado asimismo de la mejora de la eficiencia energética. Y, en fin, respecto de los flujos netos de ayuda al desarrollo, éstos se hallan cada vez más localizados en países y poblaciones más necesitadas, lo que favorece la eficacia y el impacto real de los recursos.
Pero, esbozados los capítulos en los que se aprecian mejoras, quedan muchos otros en los que habrán de redoblarse los esfuerzos si se quiere invertir la tendencia. El caso más flagrante es el del objetivo número 1, el que se propone la erradicación total de la pobreza. No cabe duda de que las guerras y los conflictos que sacuden a tantos puntos del planeta son los causantes de éxodos masivos, muchos de cuyos integrantes se dirigen hacia la cuenca mediterránea por todo tipo de caminos, hasta converger en Europa en la mayoría de los casos. Millones de personas acarrean así la tragedia general de su exilio, su vulnerabilidad y desamparo y la inmensa carga emocional de su propio drama personal. Cuando, tras la crisis financiera de 2008, tanto en África como en América Latina, se impulsaron nuevas vías de desarrollo económico, disminuyó notablemente la pobreza, lo que hizo presagiar una tendencia imparable hacia su erradicación casi total en 2030. La pandemia primero, y las guerras simultáneas y posteriores han invertido la tendencia, hasta augurarse que más de 60 millones de nuevas personas podrían caer en la miseria, lo que constituiría el primer aumento de la pobreza a escala global en lo que va de siglo XXI.
Por las mismas razones, los desplazamientos forzosos de grandes poblaciones y la destrucción de tierras y medios de cultivo están causando estragos, y hacen muy difícil la consecución del objetivo 2, la erradicación del hambre. Ucrania, uno de los grandes graneros del mundo, ha dejado de producir gran parte de sus cosechas de aceite y cereales, varadas además sus exportaciones por la destrucción o el bloqueo de sus salidas al Mar Negro. Sus consecuencias se hacen notar tanto en el sur de Europa como en el norte de África, grandes consumidores de la agroalimentación ucraniana, tanto más cuanto que las dos orillas del Mediterráneo han padecido dramáticas y persistentes sequías, y es ya un fenómeno supuestamente imparable el avance de la desertización.
Más que las guerras, la principal amenaza sigue siendo el cambio climático.
Este fenómeno incide de manera notable en otro de los grandes objetivos de la Agenda 2030, el 13, relativo a la protección del medio ambiente y el cambio climático. Los esfuerzos que realiza especialmente Europa por reducir las emisiones contaminantes se ven frenados en gran parte por la falta de esos mismos esfuerzos en otras partes del planeta. Los propios informes de Naciones Unidas revelan que la comunidad mundial tiene muy pocas perspectivas de alcanzar tanto la meta de 1,5ºC como la de 2ºC que se piden en el Acuerdo de París, al tiempo que se observa que cada año se bate un nuevo record de calor.
Pese a que la tragedia de la guerra desplace del escenario informativo cotidiano a los demás problemas, el más grave y acuciante al que se enfrenta el mundo sigue siendo el del cambio climático, con toda la ristra de secuelas que conlleva. Además de la desertización y las hambrunas más que previsibles, el objetivo 14 relativo al estado de los océanos es más que preocupante. Las sistemáticas mediciones que realizan los diferentes institutos medioambientales coinciden en que sufren un grado insostenible de agotamiento, deterioro ambiental y saturación y acidificación por el dióxido de carbono.
Resulta asimismo descorazonador el índice que anualmente señala el agotamiento de los recursos del planeta. La fecha en la que los 7.500 millones de seres humanos agotan todo lo que produce el mundo, registra cada año un retroceso notable. El pasado 2021 ya habíamos consumido esos recursos anuales a últimos de julio, y este 2022 la fecha volverá previsiblemente a anticiparse. En suma, la Tierra está cada vez más sobreexplotada en todas sus facetas y su riesgo de colapso obviamente cada vez más cerca.
Descrita la situación, hay que reiterar la urgencia de impulsar las nuevas iniciativas que se imponen para cambiar la situación. Renunciar a la Agenda 2030 y a la consecución de sus 17 objetivos sería ya admitir la derrota y unirse a quienes no consideran al hombre suficientemente consciente, racional y capaz de enderezar el rumbo y ser dueño de su destino. Eso no puede ser una opción.