Literatura
El Mediterráneo en un junco
Además del mar, puede que no haya nada más mediterráneo que un libro, que una biblioteca, que las lenguas, que las lenguas prestándose palabras, que la traducción. Desde Beirut a Tánger pasando por Alejandría, las bibliotecas y los libros surcan el Mediterráneo. El merecido éxito de El infinito en un junco de Irene Vallejo tiene que ver con esa condición universal del invento surgido del papiro de un junco del Nilo. Como dijo Borges, el ingenio del libro radica en que supone una extensión cuasi infinita de la memoria y de la imaginación. En obras como Librerías o Contra Amazon el escritor Jorge Carrión ha indagado en la resiliencia del invento y de los espacios que los atesoran y clasifican. Esa misma idea borgiana, tan presente en Carrión, la formuló también Herman Melville en Moby Dick: “He cruzado bibliotecas a nado y he surcado océanos”.
Hay bibliotecas que son símbolos, no sólo por lo que albergan, también por el continente. Hay bibliotecas que se han convertido en poderosos iconos nacionales. Hay bibliotecas que son un solo libro y otras que son el nombre que le han dado. El gran enemigo de las bibliotecas es el fuego, accidental o intencionado. Y el Mediterráneo ha sido también un mar de conflictos, de religiones, de diásporas, de quema de libros y destrucción de bibliotecas. Hay bibliotecas que sucumben a las guerras y bibliotecas que las sobreviven. Y hay bibliotecas con las que tenemos una conexión especial porque hemos leído en sus salas.
Hay bibliotecas que renacen simbólicamente de sus cenizas, como la de Alejandría. En 2002 se inauguró la faraónica Bibliotheca Alexandrina. El imponente muro de mármol del edificio está decorado con letras de todos los alfabetos creados por el ser humano. Una década después, en El Cairo, la biblioteca de la Academia Científica, fundada durante la invasión napoleónica, ardía con muchos de sus tesoros durante la primavera árabe en 2011.
En Beirut, a la entrada de la Bibliothèque Orientale está inscrita la cita latina del Evangelio de San Juan In principio erat verbum. Inaugurada en 1875 por los jesuitas, es la memoria de la comunidad maronita del Líbano, con auténticas joyas de manuscritos árabes cristianos. El nuevo proyecto de la Lebanese National Library, aunque sobrevivió en gran medida a la guerra civil libanesa, proviene de muchas cenizas, como la Great Library of Beirut, fundada en 1922 por el historiador de la prensa árabe y humanista libanés Philippe de Tarrazi, su primer director. Aunque más joven, la biblioteca del Orient-Institut es otra de las muchas joyas que alberga Beirut, una ciudad hecha de libros, imprentas y traducciones.
The Khalidi Library de Jerusalén fue creada en 1900. Tras diversos avatares políticos fue reabierta en 2018. Constituye la colección palestina privada más importante, con miles de manuscritos entre los que cabe destacar una makruma en pan de oro ofrecida a Saladino fechada en 1201, con el título de resonancias clásicas The Spacious Lands of Commendations and the Garden of the Glorious and Praiseworthy Deeds Among the Merits of the Victorious King.
En Atenas, los más de 750.000 volúmenes de la Biblioteca Nacional de Grecia, cuyos orígenes se remontan a 1829, han dejado su sede en un edificio neoclásico y están ahora albergados en un complejo modernista de la Fundación Stávros Niarchos diseñado por el arquitecto Renzo Piano. La Bibliothèque Nationale d'Algérie, cuyos orígenes se remontan a la época colonial, parcialmente incendiada en 1962 durante la guerra por la independencia, se trasladó en 1998 a una sede funcional.
Con Al-Hakam II, la Córdoba omeya se convirtió en uno de los centros culturales más florecientes y esplendorosos del mundo, y su biblioteca albergó unos 400.000 volúmenes. La Biblioteca Laurentina del monasterio de El Escorial, fundada en el siglo XVI, destaca, además de por el edificio que la alberga, por sus 40.000 volúmenes y 600 incunables entre los que se encuentran manuscritos en castellano, latín, griego, árabe y hebreo. En 1671 se perdieron en un incendio unos 2.500 manuscritos. Cabe señalar el Corán de Muley Zaydán, capturado en 1612 por los españoles en un navío francés que transportaba una colección de manuscritos robados al sultán de Marruecos. La Biblioteca Islámica Félix María Pareja fue inaugurada como parte del Instituto Hispano-Árabe de Cultura en 1954. El libro impreso más antiguo que alberga es Liber theoricae necnon practicae Alsaharavii in prisco Arabum Medicorum conuentu facili principis de al-Zahrawi de 1519. Otra biblioteca mediterránea sin mar es la de la renacida Escuela de Traductores de Toledo en la Universidad de Castilla-La Mancha, institución que desde 1994 se ha dedicado a fomentar las relaciones culturales en el Mediterráneo y la traducción.
En 1992, la biblioteca de Sarajevo fue destruida con bombas incendiarias, disparadas por las milicias serbias durante la guerra de Bosnia-Herzegovina. Un ataque que pretendía borrar la impureza de Sarajevo, donde los bosnios musulmanes y los croatas católicos eran mayoría, lo que fue denominado por el escritor Juan Goytisolo como memoricidio. La biblioteca fue reinaugurada en 2014.
En Tánger, la hoy biblioteca del Instituto Cervantes, una de las más importantes fuera de España, creada en 1941, se llama Juan Goytisolo en honor al escritor español más impuro, más mediterráneo, que escribió en Tánger La reivindicación del conde don Julián, donde ajusta cuentas con lo más rancio de la cultura española desde los volúmenes de la biblioteca. Sus estanterías albergan la colección casi completa del diario tangerino España, memoria desde la otra orilla de la convulsa historia de España. Y destaca también el fondo hebreo, con un comentario del Génesis de 1600, testimonio de la diáspora continua de personas y libros entre las orillas del Mediterráneo.