Elecciones democráticas en un mundo autocrático
Elecciones democráticas en un mundo autocrático
El gran titular informativo en los periódicos de este año podría ser: “4.000 millones de votantes convocados a las urnas en 2024”. Aunque una sencilla, quizá incompresible, interpretación del hecho podría resumirse así: “En medio del creciente proceso de deterioro democrático internacional, 4.000 millones de ciudadanos son llamados a las urnas en 2024”. Se diría que la información abre la puerta de la esperanza para que la interpretación la cierre, de golpe, como si en unos pocos segundos la historia se diera cuenta de que la democracia no depende exclusivamente de una cantidad amorfa de votos sino de la legitimidad de los procesos y las libertades de la ciudadanía para ejercer su derecho a la libre elección de sus representantes.
Una visión desinformadora de la realidad política internacional equipara desde hace meses (años) procesos electorales de países como Turquía, Indonesia o Brasil, con los que tendrán lugar en Siria, Pakistán o Gaza; y los que tendrán lugar en Estados Unidos, la Unión Europea o en España: en el País Vasco y Cataluña, con el que ha otorgado la victoria a Putin en las presidenciales rusas con el 88 % de los votos. Una visión desorientadora y perversa que debilita la democracia liberal, mundializando la idea de que participar en una consulta electoral sin garantías legales ni procesales es lo mismo que desarrollar el derecho al voto en unos sistemas concebidos a partir de la experiencia histórica del respeto al estado de derecho y a la libre expresión. El festival electoral de 2024 no es una fiesta de la democracia, sino un carnaval demagógico donde las máscaras se intercambian en un mercado de ideas populistas y líderes autocráticos.
Aunque los análisis sobre el panorama político mundial son demasiado complejos como para establecer algunas hipótesis simples y aventuradas, se podría plantear que los liderazgos de las primeras décadas del siglo XXI han estado determinados por dos tendencias dominantes. La primera es que la transición hacia un orden de “power politics” ha favorecido la consolidación de grandes potencias y consecuentemente a los líderes fuertes que se han hecho con el control de los mecanismos político – económicos para renovar su poder. Putin (Rusia), Xi Jinping (China), Modi (India), Abe (Japón), Merkel (Alemania), Erdogan (Turquía), Macron (Francia), Lula (Brasil), Trudeau (Canadá), Obama–Biden (Estados Unidos). La segunda es que la creciente conectividad propiciada por las redes digitales de comunicación social ha propiciado distintos fenómenos de disrupción política, polarización e inestabilidad que han derivado en la construcción de nuevos liderazgos. Trump (Estados Unidos), López Obrador (México), Bolsonaro (Brasil), Syriza (Grecia), Podemos (izquierda)/Ciudadanos (liberal) (España), Extrema Derecha (Europa), Milei (Argentina).
Pero aun siendo reconocibles ambas tendencias, no deberían ser identificadas como fenómenos consustanciales a nuestro tiempo, sino fueran valorados en términos comparativos con otros liderazgos anteriores. Por ejemplo, con los liderazgos del último tercio del siglo pasado, donde algunos de los principales dirigentes de los países más determinantes en la política internacional estuvieron de una u otra manera identificados con el establishment, democrático o autocrático, dominante. Reagan-Bush-Clinton (Estados Unidos), Gorbachov (URSS), Kohl (Alemania), Thatcher - Blair (UK), Mitterand-Chirac (Francia), González- Aznar (España), Beguin-Rabin-Arafat (Israel/ Palestina), Partido Comunista (China) y distintas tiranías de fin de siglo.
En 2024 la democracia entra en una fase de decisiva de consolidación o deterioro. La consolidación democrática en Europa, América, las democracias asiáticas y en el entorno mediterráneo, pasa por la legitimidad de los procesos y por la convergencia de los principales grupos políticos en torno a una estrategia de fortalecimiento institucional y de valores compartidos. El deterioro pasa por la equiparación de distintos sistemas iliberales y procesos ilegítimos, como parte de una estrategia de reconocimiento de gobiernos y líderes no democráticos, con liderazgos y proyectos basados en el avance de las libertades individuales y el respeto de los derechos humanos.
En el año 2024, Europa y el Mediterráneo cobran un sentido vertebrador para la convivencia y la estabilidad internacional. El comercio y la puesta en marcha de proyectos energéticos, económicos, ambientales y sociales no puede limitarse a la exigencia de garantías o clausulas democráticas impracticables en todos los países por igual. Pero la competición entre países y potencias con distintos niveles de desarrollo político e institucional no puede significar una regresión de las democracias liberales, pervertidas por la influencia de movimientos radicales y populismos que actúan desde fuera de los límites fijados por la ley y las Constituciones.
En un año de consultas políticas a los ciudadanos de distintos países, la democracia liberal tiene que hacer frente a una nueva competición entre sistemas políticos. Unos, basados en el respeto a las diferencias, la legitimidad del poder y en la libre expresión. Otros, no.