DE

SOCIEDAD
Perspectivas sobre la fiesta en el siglo XXI

La fiesta como instrumento por y para fomentar la convivencia democrática
crowd
© Pixabay

Una fiesta se realiza para celebrar algo, pero, en términos generales, las fiestas se hacen sobre todo para pasar un tiempo agradable y disfrutar de la compañía de los seres queridos o de la comunidad en general cuando se celebra o conmemora un acontecimiento determinado. A pesar de la diversidad de manifestaciones, las similitudes son altas, de manera especial en espacios culturales que han compartido y comparten historias comunes e, incluso, formas de vida similares, como es el caso del Mediterráneo, mar que ha unido y une, en lo cultural y en lo político, a pueblos y culturas diferentes pero que en elementos como la fiesta encuentran un ámbito privilegiado para el encuentro. Por ello, a la hora de hablar de la fiesta en Egipto, Israel, Marruecos, Francia, Italia, Grecia, Marruecos u otros mediterráneos, es importante ver cuáles son esos rasgos compartidos.

Además, hoy, cuando el Mediterráneo es un mar de ida y vuelta para cientos y miles de personas que quieren llegar a los países europeos, posiblemente, tal como se apunta al final del texto, la fiesta es un magnífico elemento que permite y fomente el diálogo intercultural así como la incorporación a nuestras formas de vida de esas personas que buscan un futuro mejor.

En primer lugar, a la hora de hablar de la fiesta hay que diferenciar entre lo que se puede llamar fiesta de hecho festivo como puede ser, por ejemplo, la compra en una gran superficie comercial que puede llegar a tener una dimensión festiva por cómo se llega a realizar. Y lo mismo se podría decir de ferias comerciales o de festivales de música, mas

todas ellas no son fiestas: sus finalidades son otras… comprar, escuchar música, ver a tus ídolos musicales…

Por el contrario, la fiesta, por su misma definición etimológica, tiene otros sentidos y dimensiones: su sentido es otro por sus propias constantes: sociabilidad, participación, ritualidad y anulación temporal y simbólica del orden[1].

[1] Paul Hugger. Einleitung. Das Fest. Perspektiven einer Forschungsgeschichte". En: Paul Hugger (ed.), Sta dt und Fest. Zu Geschichte und gegenwart europäischer Festkultur . Stuttgart: W&H Verlags AG, 1987, p. 19.

crowd
© Pixabay

La fiesta constituye un fenómeno social por definición ya que, tal y como ya ha sido apuntado por muchos investigadores, una fiesta nunca puede ser cosa de sólo una única persona. Fiesta y comunidad, sea esta pequeña o grande, aparecen siempre indisolublemente ligadas. Fiesta es, además, diversión, pero la clave de toda fiesta radica en su capacidad de hacer vibrar al unísono a todos los participantes. De ahí que cuando se logra, la fiesta es un poderoso elemento de sociabilidad. Se ha dicho de las fiestas que no son sólo puertas sino también puentes que unen distintas clases sociales, grupos de edad, de género o culturas[1]. Pero, por otra parte, también se sabe que no todos estos diferentes estratos poblacionales se aprovechan de la fiesta de la misma manera, y que por mucho que se idealice la capacidad unificadora de la fiesta, tampoco debe esperarse que las fronteras internas que una sociedad determinada puede erigir en base a los criterios de género, edad, clase u origen étnico no deban manifestarse también en los comportamientos festivos. Pero, a pesar de estas limitaciones, lo que también es cierto, es que las fiestas ofrecen variadas posibilidades de interacción social que no se presentan en la vida cotidiana.

Fiesta significa participación, aunque, evidentemente, esta participación puede ser, sin embargo, de naturaleza bastante diferente. Detlev Sivers habló de participación activa y participación pasiva: la primera se refiere a todos aquellos agentes sociales que intervienen en la concepción y organización de la fiesta, así como los que desempeñan un papel activo en el desarrollo de los diferentes actos. La segunda hace alusión a aquellas personas que se limitan al papel de observadores ya sea estando presentes en el mismo acto o siguiéndola a través de los medios de comunicación[2]. Sin duda, esto que hemos llamado participación activa constituye el núcleo más importante de la fiesta: sin este aspecto, no habría fiesta propiamente dicha: si ésta se limitase a la participación pasiva, entonces se tendría que hablar de espectáculo. Pero esto no debe hacernos infravalorar este tipo de participación, que también puede tener no poca importancia para el desarrollo de algunas fiestas. La presencia de estos espectadores, de forma directa o a través de los medios de comunicación, puede influir fuertemente en la dinámica de la fiesta y en la percepción social que se tiene de ella. Por ello, la participación, como constante fundamental de la fiesta, es un aspecto muy relevante para la interacción social.

La dimensión ceremonial aparece íntimamente ligada a la noción de fiesta, lo que implica un importante contenido en rituales, en el sentido más amplio del término; es decir, acciones específicas con reglas muy concretas que se corresponden con situaciones determinadas y que tienen como principal característica la repetición, así como una finalidad no instrumental sino expresiva: toda fiesta tiene sus rituales, religiosos o profanos. Estamos, pues, hablando de elementos morfológicos con una sintaxis muy concreta que, evidentemente, están condicionados histórica y culturalmente.

Precisamente este componente ritual juega un papel muy importante en la fiesta como elemento de comunicación, comunicación entendida no sólo como intercambio de información entre las personas sino como un proceso de entendimiento intersubjetivo que tiene como marco reglas sancionadas socialmente e intercambio de contenidos emocionales[3]. Los componentes rituales son, además, portadores de determinadas informaciones, elementos de regulación de interacción y comportamiento social. No es sólo importante lo que se dice, sino, también, cómo se dice.

Asimismo, todo ello queda ligado a la dimensión temporal: la fiesta significa que el tiempo cotidiano queda anulado: el orden social, comunitario o familiar pasa a segundo plano para facilitar un tiempo social en que se puedan romper ciertas reglas sociales para facilitar la espontaneidad, la cual es inherente a la dimensión festiva. Pero, hablar de fiesta implica, de hecho, referirse, en buena medida, a institucionalización: difícilmente se puede hablar de fiesta sin que haya una organización que prepare y coordine ese momento. Por ello, la fiesta se encuentra enmarcada en la tensión dialéctica entre dos polos opuestos: “espontaneidad” versus “planificación”, “caos” versus “orden”.

[1]Enrique Gil Calvo. Estado de fiesta . Madrid: Espada-Calpe, 1991, pág. 41.

[2]Kai Detlev Sievers. “ Das Fest a los kommunikatives System.“ Kieler Blätter zur Volkskunde (1986), vol. 18, pág. 12.

 [3] Vid. supra Kai Detlev Sievers, op. cit ., pág. 5

crowd
© Pixabay

En última instancia, hay que añadir que, además de todo lo dicho hasta ahora, hoy, en una sociedad globalizada, la fiesta puede tener otros atributos y beneficios sociales como factor activo en las políticas ciudadanas, que, tal como ya se ha indicado más arriba, hoy tiene plena actualidad, de manera especial, en los países del Mediterráneo:

  • Propiciar el diálogo intergeneracional e intercultural: la fiesta, al igual que la memoria, puede fomentar el conocimiento y el diálogo intergeneracional
  • Estimular la confianza social y de la participación democrática: ante el acelerado cambio de referentes culturales y sociales, es necesario buscar sistemas que permitan que las comunidades sean capaces de crear nuevas condiciones que posibiliten fomentar valores comunitarios como la solidaridad o la sostenibilidad más allá de los valores estrictamente economicistas: la fiesta puede fomentar la creación de lobbies cívicos o estimular el debate socialmente informado.
  • Contribuir al desarrollo económico: la fiesta puede ser motor de fomento de industrias y actividades locales que ayuden en la lucha contra, por ejemplo, la gentrificación de las grandes ciudades. Pero, siempre hay que tener presente ciertos peligros como es que la fiesta pueda convertirse en un elemento más de la economía de mercado gracias a la masificación y, ahora, la turistificación, ejemplos tenemos ya en países como España, Grecia, Italia, Malta o Turquía.

Todo ello lleva a pensar en que la fiesta, como la memoria, puede ser un instrumento social que permitan resistir al paraíso artificial de la indignación y, por ello mismo, de la enajenación social y cultural ¿Qué se quiere decir con esto? Hoy, estas ideas han caído en desuso: la enajenación estuvo muy presente en la filosofía alemana (Fichte, Hegel, Marx), sobre todo en los discursos ligados a la lucha de clases. Mas, hoy, posiblemente, puede ser un buen “dispositivo” para entender -y actuar - en un mundo en constante cambio social, económico, cultural y político, donde surgen mecanismos para la mediatización del pensamiento y de la acción de las personas, sugiriendo imaginarios colectivos alejados de las realidades y de la creación de valores y visiones alejadas del bien común.

La fiesta, al igual que el patrimonio cultural o la memoria, hoy pueden convertirse en un aspecto vital en la construcción de una sociedad más humanizada, en la que la convivencia, el diálogo, la solidaridad y la participación sean ejes de actuación. Y ese es uno de los grandes retos para todas las administraciones y los ciudadanos: si no es así, posiblemente, cada vez más, nos exponemos al riesgo de tener que pagar por leer a los clásicos.[1]

[1]Enrique Barón. "En defensa de la propiedad (intelectual)". El País (viernes, 20 de marzo de 1998), p. 12.